“Ecos del ayer” Rosabel Peñarroja Garcés

Editorial Éride Ediciones 2016



Que seas invitado a escribir una reseña es un honor y un privilegio. Pero también una responsabilidad. A fin de cuentas he escrito antes algunas reseñas por pura diversión, pero dudo estar especialmente cualificado para la tarea. Así que allá vamos.
La autora de este libro ingresa en la afortunadamente creciente lista de mujeres que desde el siglo XIX y de forma paralela al proceso de emancipación femenina nos han ido ofreciendo su perspectiva del mundo, los humanos y nuestras relaciones. Sobre las mujeres se ha escrito durante milenios, mucho, si …, pero por varones principalmente. Y eso implica que ineludiblemente se escribe sobre algo que no se conoce, que los peculiares modos masculinos de entender la vida distorsionan el enfoque. Tolstoi pudo ser un atento observador del alma humana, pero a mi me hubiera gustado conocer la versión de la historia, contada por Ana Karenina directamente. Los hombres tendemos por algún motivo que se me oculta a idealizar a las mujeres; o les atribuimos virtudes virginales o nos dejamos llevar por la misoginia. Es tiempo de callar y escucharlas; después podremos sacar conclusiones.
“Ecos del ayer” tiene otros aspectos de interés, al menos para mi (que aquí tengo el privilegio de ser el que escribe). Transcurre en el espacio vital de mi generación, una generación de la que poco se ha narrado y contado. No hemos vivido tiempos épicos. Éramos muy niños para entrar en las peleas del final de la dictadura y del post-franquismo, por lo que nada heroico cabía, ninguna represión sufrimos en la lucha de las ideas, a lo sumo la amenaza difusa de un holocausto nuclear en la lucha URSS-OTAN que se difuminó en nuestros televisores mientras veíamos caer el Muro. Tuvimos que encontrar nuestro camino en un mundo simplón, ordenado, sin riesgos para la supervivencia física, sin la pobreza que una generación anterior había experimentado.
Además, transcurre en los mismos espacios vitales que he recorrido en mi vida, especialmente mi juventud. Las centros educativos y discotecas de La Vall d’Uxó, Valencia, el Paseo Blasco Ibáñez con su ambiente universitario, … Desde  Manuel Vicent pocas obras recorren ese pequeño universo del que tantas historias podrían salir. Mucha de la literatura moderna española transcurre en Madrid, Barcelona, las grandes urbes. Pero España se compone de muchas Valls y las gentes que han nacido, crecido o permanecido allí tienen también cosas que contar.
Ana Mendoza, el personaje central de esta novela y los otros caracteres que pasan por su vida se corresponden con muchas mujeres y hombres  nacidos en esa segunda mitad de los años sesenta en la España rural y mediterránea. Su desarrollo personal se encuentra atenazado entre una educación tradicional siempre presente; y un mundo nuevo, en cambio continuo, de libertad y responsabilidades que se abre desde las fronteras exteriores y las grandes ciudades. Vientos de cambio sacudieron la seguridad y monotonía de la vida anterior. Y ya era hora que alguien contara su versión de la Historia, en este caso desde un punto de vista intimista.
El relato está estructurado a golpes, los personajes son pintados a brochazos como siguiendo la técnica del impresionismo. Su identidad completa y motivaciones se nos dibujan con pinceladas enérgicas pero imprecisas, y solo cuando nos apartamos del cuadro y observamos el conjunto aparecen las formas que la escritora ha dibujado. Y además entran y salen de la vida de Ana tan repentinamente como entraron, a veces para resurgir en otros momentos y circunstancias, a veces para nunca más volver. Tal y como es la vida, creo yo. Mi propia adolescencia y juventud llegada la cincuentena son en mi memoria un torbellino de imágenes.
Rosabel ha asumido un riesgo, reconocido por ella misma, al utilizar la primera persona del singular para el relato. Sin duda, colabora a crear ese tono íntimo. Hay momentos en que el lector piensa ser Álvaro y estar recibiendo las confidencias de Ana. Y supongo que la lectora se siente una Natalia, en la misma tesitura. Era un riesgo y resultó una oportunidad aprovechada.
En lo formal, Rosabel resulta ser tan transgresora como Ana. De repente el relato se interrumpe y nos encontramos con un cambio tan contundente que parece un mazazo. Ese quiebro nos anuncia el retorno a Itaca de la heroína de la novela, su madurez personal y afectiva. Del resto no hablo, pues aún espero que muchos lectores disfruten de la lectura y no es cuestión de desvelar la trama.
Es evidente que me ha gustado la novela, máxime siendo la opera prima de una escritora novel. El tema, su tratamiento, la forma. Rosabel ha volcado toda una carga de material acumulado y le ha dado forma. Ahora bien, un pensamiento me ha venido enseguida a la mente en el momento de cerrar esta novela. Lo mejor de su pluma (bueno, hoy día el teclado, supongo) está por venir. Igual que allá por 2012 recuerdo ser uno de los que le animaron a escribir este libro, ahora pienso que tiene muchas más cosas que contar. Porque Ana Mendoza es solo un personaje, uno de tantos caracteres vitales. Quién sabe si llegaremos a conocer las vivencias de la tía Vicky; o Aida. Incluso asumir el reto de escribir la novela de una anti-heroína como Aura, al modo de la “Conjura de los necios”. Y en el terreno de las vivencias personales de nuestra generación, Ana Mendoza no ha llegado a conocer la homosexualidad, rechaza el mundo de las drogas que otros de sus compañeros de vivencias recorren, ha esquivado los estragos de las rupturas matrimoniales y la nueva vida de una divorciada y tantas y tantas cosas que no se abarcan en una sola vida. Pero que no dude Rosabel, sea cual sea el camino que decida emprender, sus seguidores estamos a la expectativa.

Mayo 2017

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